Un estudio revela por qué incluso las regulaciones más estrictas sobre la contaminación lumínica no funcionan
En teoría, combatir la contaminación lumínica no parece difícil. A diferencia de las emisiones de carbono o los residuos industriales, la iluminación eléctrica es controlable y ajustable, lo que permite a las ciudades y empresas atenuarla a su antojo. Sin embargo, a pesar de la abrumadora evidencia de que la iluminación excesiva perjudica la salud humana, la fauna silvestre e incluso la red eléctrica nacional, la regulación efectiva sigue siendo fragmentada, inconsistente y, en muchos casos, inexistente.
Un estudio reciente, "Control de la Contaminación Lumínica: Un Análisis Comparativo de las Regulaciones en Jurisdicciones de Derecho Civil y Común", revela una marcada contradicción en la forma en que las ciudades de todo el mundo abordan la contaminación lumínica. Shanghái y Seúl, por ejemplo, han impuesto límites estrictos al brillo, las horas de uso y el espectro de color de las vallas publicitarias LED. Sin embargo, Londres y Nueva York se basan en leyes de molestias promulgadas hace años, que imponen la carga de la prueba a las personas afectadas por el exceso de luz eléctrica.
En el centro de este debate se encuentra una paradoja: incluso las políticas más radicales contra la contaminación lumínica podrían no resolver el problema. Tras la promulgación de la ley de contaminación lumínica en Seúl en 2010, las quejas disminuyeron drásticamente, para luego repuntar tan solo unos años después.
Un análisis más detallado revela que los negocios que deben atenuar la luz de sus escaparates suelen encontrar nuevas maneras de eludir las restricciones. Y si bien Shanghái, a menudo considerada líder en la regulación de la contaminación lumínica, tiene un límite estricto de 5 lux en algunas zonas, las investigaciones demuestran que incluso este nivel de luz "controlado" es significativamente superior al óptimo biológico para los ciclos de sueño y los ecosistemas nocturnos.
Es preocupante que la regulación de la iluminación, si existe, a menudo esté rezagada respecto a los avances científicos. Muchas regulaciones utilizan el brillo como principal parámetro de control, pero las investigaciones demuestran que el espectro es igual de importante, si no más crucial. En Shanghái, por ejemplo, la luz azul en las vallas publicitarias digitales está limitada al 17 % del brillo permitido para los LED verdes, dada su grave alteración de los ritmos circadianos de humanos y animales. Sin embargo, en la mayoría de las ciudades, el control del espectro ni siquiera forma parte de la regulación.
Eficacia de las políticas (o falta de ella)
El estudio también destaca el impacto del marco legal en la aplicabilidad de las regulaciones sobre contaminación lumínica. Jurisdicciones de derecho civil, como Shanghái y Seúl, tienden a introducir legislación específica basada en indicadores que permite a los reguladores establecer límites claros de brillo, horas de uso e incluso programas de mantenimiento para las lámparas de exterior.
En cambio, las jurisdicciones de derecho consuetudinario tienden a recurrir a regulaciones complementarias más flexibles, pero menos estrictas, que se vinculan a leyes ambientales o de molestias más amplias. Como resultado, en Londres, la luz eléctrica se considera legalmente una molestia en lugar de un contaminante, lo que hace que la aplicación de la ley sea mayoritariamente pasiva. Los reguladores solo intervienen cuando se puede demostrar que la iluminación excesiva causa daños evidentes, como la pérdida de sueño y la depreciación del valor de la propiedad.
Incluso cuando existen leyes pertinentes, estas suelen presentar lagunas legales que permiten que las luces LED de mástiles altos se evadan. La ciudad de La Valeta, en Malta, cuenta con una de las normativas de control de temperatura de color de la iluminación más estrictas de Europa, que limita la iluminación exterior a 3000 K para reducir el impacto de la luz azul. Sin embargo, la ley exime a los anuncios publicitarios y a los edificios gubernamentales, dos de las fuentes más comunes de iluminación nocturna excesiva. De igual manera, la ordenanza sobre contaminación lumínica de Nueva York se aplica únicamente a propiedades estatales, lo que permite a los promotores privados instalar iluminación exterior LED de alta intensidad con escasa supervisión.
Datos que dan que pensar
Más allá de la discusión habitual sobre el resplandor del cielo y la interrupción del sueño, el estudio revela datos más precisos y alarmantes sobre los impactos en el mundo real de las luces eléctricas no controladas:
A nivel mundial, la superficie iluminada por electricidad se expande a un ritmo del 2,2 % anual. Los datos satelitales muestran que las emisiones de luz globales aumentaron un 49 % entre 1992 y 2017. Esta cifra no incluye la iluminación LED rica en luz azul, difícil de detectar por satélite, y se estima que ha aumentado la radiación global en un 270 %.
En Hong Kong, el cielo nocturno es ahora más de 1.200 veces más brillante que los niveles naturales, superando ampliamente los estándares establecidos por la Unión Astronómica Internacional.
Un estudio austriaco ha vinculado la contaminación lumínica con partos más largos y mayores tasas de nacimientos prematuros, lo que sugiere que el problema va más allá de la interrupción del sueño y afecta a procesos biológicos subyacentes.
En las zonas más contaminadas de Shanghái, se exige que las ventanas residenciales tengan una iluminación máxima de cero lux, lo que significa que no debe entrar luz eléctrica en la habitación. Sin embargo, incluso en estas zonas, la luz ambiental suele ser cien veces superior a la luz natural.
El estudio también plantea un punto importante sobre la resistencia económica y cultural a la regulación. Las zonas con mayor PIB y densidad de población tienden a presentar problemas de contaminación lumínica más graves, y esto no se debe únicamente al desarrollo urbano. Percepciones sociales más profundas influyen, vinculando la luminosidad con la actividad económica, la seguridad y la reputación de una ciudad. Esto podría explicar por qué algunas de las ciudades con las regulaciones más estrictas son también las que registran las mayores infracciones en materia de contaminación lumínica.
¿Hacia dónde vamos desde aquí?
Si bien el estudio no ofrece una solución única a la contaminación lumínica, sí identifica algunos problemas clave que deben abordarse.
En primer lugar, la mayoría de las ciudades aún carecen de definiciones legales claras de iluminación necesaria y excesiva. Si bien Shanghái y Seúl han avanzado en la definición de límites estrictos, la mayoría de las demás jurisdicciones siguen siendo reactivas, atendiendo quejas en lugar de desarrollar proactivamente políticas de alumbrado público.
En segundo lugar, los reguladores miden las métricas equivocadas. Muchas leyes se centran en reducir el brillo, pero no abordan cuestiones como la composición espectral, el control temporal y la exposición acumulada. Las futuras regulaciones deberían priorizar la regulación espectral, limitando la iluminación rica en azul en favor de tonos más cálidos y menos biodegradadores.
Finalmente, la aplicación de la ley sigue siendo el mayor desafío. De nada sirve tener regulaciones si las empresas y los municipios pueden ignorarlas fácilmente. Incluso en Seúl, donde las regulaciones son estrictas, el hecho de que las quejas por contaminación lumínica aumentaran significativamente pocos años después de la promulgación de la ley sugiere que su aplicación es muy errática.
En definitiva, la lucha contra la contaminación lumínica no se trata solo de los niveles de lúmenes o luxes, sino de si las ciudades modernas pueden replantear su enfoque de iluminación para equilibrar la necesidad de iluminación con la responsabilidad. Actualmente, la mayoría de los lugares siguen yendo por mal camino.